La religión nos ha impuesto la creencia falsa de que para santificarnos tenemos que dar a otros.
Pero cuando damos desde ese espacio lo único que alimentamos es el resentimiento, porque el abandono alimenta el resentimiento.
Para dar en el afuera incondicionalmente - para poder dar servicio incondicionalmente - tenemos primero que darnos ese regalo a nosotros mismos.
La verdad es que el único regalo verdadero que le podemos dar a nuestros hijos - o a la humanidad en general - es el amor incondicional a uno mismo.
Porque el amor incondicional a uno mismo les permite a todos alcanzar la libertad total.
Y ese es el regalo más grande que les puedo dar a todos:
permitirles tener su propia experiencia.
Permitirles tener su propia y completa expresión de humanidad.
Permitirles disfrutar de la montaña rusa de la vida en todas sus dualidades y diversidades.
Tener la sabiduría de saber quien soy, les brinda a ellos la oportunidad de encontrarse a si mismos.
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