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miércoles, 30 de marzo de 2011

Los cínicos (EL MUNDO DE SOFIA p.158-159)

De Sócrates se cuenta que una vez se quedó parado delante de
un puesto donde había un montón de artículos expuestos. Al
final exclamó: «¡Cuántas cosas que no me hacen falta!».
Esta exclamación puede servir de titular para la filosofía cínica,
fundada por Antístenes en Atenas alrededor del año 400 a. de C.
Había sido alumno de Sócrates y se había fijado ante todo en la
modestia de su maestro.

Los cínicos enseñaron que la verdadera felicidad no depende de
cosas externas tales como el lujo, el poder político o la buena
salud. La verdadera felicidad no consiste en depender de esas
cosas tan fortuitas y vulnerables, y precisamente porque no
depende de esas cosas puede ser lograda por todo el mundo.
Además no puede perderse cuando ya se ha conseguido.
El más famoso de los cínicos fue Diógenes, que era discípulo de
Antístenes. Se dice de él que habitaba en un tonel y que no
poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan.
(¡Así no resultaba fácil quitarle la felicidad!) Una vez en que
estaba sentado tomando el sol delante de su tonel, le visitó
Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo que
si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes contestó: «Sí, que
te apartes un poco y no me tapes el sol». De esa manera mostró
Diógenes que era más rico y más feliz que el gran general, pues
tenía todo lo que deseaba.

Los cínicos opinaban que el ser humano no tenía que
preocuparse por su salud. Ni siquiera el sufrimiento y la muerte
debían dar lugar a la preocupación. De la misma manera tampoco
debían preocuparse por el sufrimiento de los demás.
Hoy en día las palabras «cínico» y «cinismo» se utilizan en el
sentido de falta de sensibilidad ante el sufrimiento de los demás.

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