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miércoles, 14 de julio de 2010

No hay nada más cercano al amor, que el respeto mutuo a los espacios privados

Y elegí la palabra LIMITANTE porque esta palabra tiene, por lo menos, dos significados:

El primero, vinculado a la idea de establecer claramente un territorio, un sector, una frontera que delimita una zona privada.

El segundo significado, relacionado con la concepción de vecindad que hace que estos límites sean necesarios.

Ser limitante es sentirse respetable. ¿Qué quiere decir esto?
Darse a uno mismo un lugar y establecer desde allí el respeto de los demás.

Debo establecer los límites del espacio que ocupo. Debo defender que hay lugares reales (mi cuarto, mi estudio, mi cajón del escritorio, mi correspondencia, mis bolsillos) y lugares virtuales (mi vida, mi historia, mis emociones, mi relación con mi familia, mi ideología, mis proyectos, mi fe) que me pertenecen con exclusividad. Son mis espacios.

Y hay algunas cosas que el otro podría hacer respecto a ellos: dar su opinión, preguntar, disentir, cuestionar y hasta actuar en oposición; pero es mi responsabilidad hacerle saber que sólo podrá meterse en estos espacios, cuando yo lo autorice, hasta donde yo quiera y de la manera en que yo lo permita, porque por eso los llamo mis espacios.

MUCHACHA SEXY: A mí me parece que esto es válido para las relaciones comunes, pero no para la gente que amamos.

J. B.: Sin embargo no es así. Saber poner límites es algo que adquiere importancia específicamente con las personas que más queremos. Sobre todo con esas personas que amamos. Porque la gente con la que no me involucro demasiado en general ni piensa en invadirme. Los que pueden llegar a invadirme son aquellos que están más cerca, los que me quieren mucho. Ellos son, sin duda, los que podrían caer en el error de invadirme, a veces sin darse cuenta de que lo están haciendo, otras creyendo que es “por mi bien”.

MUCHACHA SEXY: Yo no entiendo. Entonces, según tú, cuando mi novio, que está
interesado en ayudarme, me da su consejo sin esperar que yo se lo pida, yo debería gritarle: “¡Mira, métete en lo tuyo, porque nadie te pidió tu opinión!”.

J. B.: Estás partiendo aquí de un ramillete de prejuicios interesante. Por un lado, no hace falta ser agresivo para poner un límite. No es necesario gritar ni enojarse. Es más, se puede ser muy amoroso, cortés incluso, decir por ejemplo: “Gracias, te agradezco tu intención pero la verdad es que no quiero hablar sobre esto por ahora. Por otro lado, cuando aclaras “interesado en ayudarme” parece que insinuaras que, con buena intención, aquéllos de nuestro corazón podrían caminar por nuestras vidas como si fuera un pasillo. Nada de eso.

Las personas que oponen límites brutales, es porque no saben poner límites amorosos. Aguantan, aguantan y aguantan...hasta que un día, no aguantan más y entonces se enojan, estallan y quieren romper con todo. Con esa actitud no se consigue establecer límites, sólo se consigue demostrar que no se sabe ponerlos, pero tampoco se está dispuesto a renunciar a ellos.

El que a la hora de poner límites lo hace gritando es porque no cree verdaderamente que tenga derecho a establecerlos. Y la creer que no tiene ese derecho, los grita, para ver si puede de alguna manera convencer al otro de lo que él mismo no está convencido.

Como ven, todo esto se relaciona con el auto-respeto y a partir de allí con la capacidad de imponer respeto en los vínculos con la gente (mirando a la muchacha sexy), especialmente con los que más nos quieren.

No hay nada más cercano al amor que el respeto mutuo a los espacios privados.

Jorge Bucay - De la autoestima al egoismo

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